
En la perícopa leída -1 Corintios 1:18-25; 2:1-2-, Pablo nos deja perplejos, al afirmar que el mensaje de la cruz es poder de Dios, no porque como creyentes desestimemos la muerte de Cristo en la cruz -maldito instrumento de escarnio-, y con ella y, tras su resurrección, nuestra redención; sino porque revierte la escala de valoración que hace el mundo que procura la propia gloria y se desvanece lamentablemente, por entre su futilidad e ineficiencia para lograr la salvación: el poder de Dios se aprecia majestuosamente en el mensaje que trae para la vida del mundo, la muerte de Cristo reducido a despojos que penden de un madero. El Dios de la vida, como creyera también Lutero, se nos hace presente en la contrariedad, justamente porque nos procura la vida misma, liberados de nuestra condena por el pecado, a través de una escalofriante escena de tortura, sufrimiento, humillación y finalmente muerte, propiciada al Dios Encarnado, al Verbo que da el aliento de vida, al Señor de la gracia y el perdón.
El Señor, colgado del madero, observó al mundo que le condenó a muerte, con ojos de misericordia. Mientras el ser humano sólo mira hacia arriba, anhelando las bendiciones del Altísimo, esperando una lluvia de dones, buscando la exaltación de los individuales esfuerzos. Al estilo de Pablo, Lutero en su comentario a El Magnificat, nos recuerda que sólo Dios mira hacia abajo, qué Él, hace opción por los desfavorecidos de la sociedad, los ciudadanos de la marginalidad, los invisibles ante el mundo: “Nadie quiere mirar hacia abajo, todos apartan los ojos de donde hay pobreza, oprobio, indigencia, miseria y angustia; se evita a las gentes así, se las rehúye, se escapa uno de ellas y a nadie se le ocurre ayudarlas, asistirlas, echarles una mano para que se tornen en algo; así se ven obligadas a seguir abajo, entre los pequeños y menospreciados. Dios es el único en mirar hacia lo de abajo, hacia lo menesteroso y mísero, y está cerca de los que se encuentran en lo profundo, como dice Pedro: ‘Resiste a los altivos y se muestra gracioso con los humildes ‘… Donde se ha llegado a experimentar que hay un Dios que dirige su mirada hacia abajo y que ayuda sólo a los pobres, a los despreciados, a los miserables, a los desventurados, a los abandonados y a los que no son nada, allí es donde se le ama, el corazón sobreabunda de gozo, exulta y salta en vista de la complacencia con lo que Dios le ha regalado… Por eso nos ha sometido Dios a todos a la muerte y ha regalado a sus amadísimos hijos y cristianos la cruz de Cristo, juntamente con innumerables sufrimientos y necesidades; permite a veces hasta que se caiga en el pecado para tener que mirar con frecuencia a los abismos, para ayudar a muchos, para obrar incontables cosas, para manifestarse como creador verdadero… Este es el motivo por el que ha arrojado incluso a su único, queridísimo Hijo, Cristo, a las simas de la miseria y por el que muestra en Él maravillosamente su mirar, su hacer, su ayudar, su forma de ser, su consejo, su voluntad, así como la finalidad que todo esto entraña…”
La mirada del Crucificado, su abandono a la voluntad del Padre y el amor con que profiere el perdón a sus propios verdugos, resaltan el valor de la cruz, su trono de suplicio, nuestro árbol de salvación, y nos consuelan para llevar a cuestas la propia cruz de nuestra vida.
El mensaje y ministerio de Cristo son afirmados en la cruz; el camino de discipulado y seguimiento de Aquél que nos llamó de la muerte a la Vida, pasa por la cruz, “la teología de la cruz, no es, pues, una teología de la debilidad, sino del ‘poder de la debilidad’” (Lutero: la teología de la cruz, Roberto T. Hoeferkamp, en: Theologica Xaveriana #66, 1983), pues según lo que el mismo apóstol Pablo afirma “él (el Señor) me ha dicho: «Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por eso, con mucho gusto habré de jactarme en mis debilidades, para que el poder de Cristo repose en mí. Por eso, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias; porque mi debilidad es mi fuerza”, (2 Co 12:9-10).
Por ello necesitamos de la fe, para distinguir el poder de Dios que se oculta en la debilidad, “porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, con esta clave de interpretación, podremos seguir viviendo con la esperanza en Dios, aun con las adversidades del mundo, aprender a “ver hacia abajo”, presentando el Evangelio de la vida, en medio de tantos crucificados, no para que se resignen a su condición, sino para que, a pesar de la tribulación, se encuentren victoriosos con el Cristo que venció la muerte y las fuerzas del mal y, pongan su confianza en quien ha traído auténtica salvación para el mundo. Así que los que piden señales y buscan sabiduría, nos hallarán predicando al Cristo Crucificado, danto cuenta de la vida que nos traído en abundancia y siendo testimonio de su amor y gracia, entre los que claman por Él, mientras esperamos su regreso glorioso y el establecimiento definitivo de su Reino.
El camino de la cruz es camino de vida, el paso por ella conlleva resurrección, contemplar el misterio de la crucifixión nos lleva a descubrir la misericordia del Padre, de nuestro Padre, que ha dispuesto una estancia para que hallemos reposo, cuando se vea cumplida nuestra esperanza y gocemos de la plenitud de la salvación; en tanto ello sucede, le servimos en nuestro prójimo, le reflejamos con nuestro actuar transformador y su Palabra, sembrada en nuestro corazón y dispuesta en nuestra boca, le somos fieles gozándonos en el ser sus hijos, y haciendo que otros, conociendo a Cristo, vean el rostro del Padre: este es nuestro caminar como cristianos, ésta la labor que como iglesia tenemos, y todo lo hacemos para mayor gloria de Dios.
Por: Rev. Nelson Celis.
You must be logged in to post a comment.