
Entonces Abraham se postró sobre su rostro, y se rió y dijo en su corazón: “¿A un hombre de cien años habrá de nacerle un hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, habrá de concebir?” (Génesis 17:17) Sara concibió . . . un hijo . . . en el plazo que Dios le habían dicho . . . Entonces dijo Sara: “Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oiga se reirá conmigo.” (Génesis 21:2,6)
Esta risa de Sara y Abraham es el mismo gozo y la misma felicidad que viven en nuestro corazón cuando sabemos que las promesas de Dios son seguras y que sus promesas se aplican a nosotros. Nos regocijamos cuando finalmente nos damos cuenta que, aun durante nuestros momentos de problemas y dudas, Dios estuvo con nosotros para encargarse de las cosas y hacerlas funcionar para nuestro bien. Este gozo y risa son una respuesta que viene de una fe que ha sido animada por las repetidas promesas de Dios y por su cumplimiento. En el caso de Abraham su fe se regocijó en la promesa de Dios aun antes de su cumplimiento. El gozo de Sara fue completado cuando ella vio que Dios verdaderamente llevó a cabo todo lo que había prometido.
También podemos reírnos con Sara cuando reconocemos que toda esta historia puede servir para dar confianza a nuestros corazones que dudan. Puede llevarnos a razonar que “si Dios fue fiel a su promesa a Abraham y Sara, ¿no será también fiel a la promesa que nos hizo en su Palabra?” Aquí Dios hace un poderoso milagro para cumplir la promesa del Salvador. Él había prometido que el Salvador del mundo vendría de la familia de Abraham e Isaac. Si Isaac no hubiera nacido, esa línea familiar hubiera terminado y con ella la promesa del Salvador. Si se necesitaba un milagro para traer a este importante niño a estos dos ancianos, entonces Dios proveería el milagro.
Si 2.000 años más tarde fuese necesario un milagro para que Jesús naciera de una virgen, entonces Dios proveería otro milagro. Se fuese necesario incluso que Dios dejara el cielo para venir a la tierra a salvar a la humanidad, entonces esto sería lo que Dios haría. Él lo hizo, y Jesús, quien es Dios, vino a la tierra para nuestra salvación.
Jesús es la razón por la que podemos reír y cantar de gozo. Jesús es la razón por la que el miedo a la muerte y el infierno ha sido reemplazado por gozo y esperanza. Dios no permitió que algo le impidiera traer el Salvador a este mundo. Regocijémonos en nuestro salvador. Él desea que la risa de la fe se encuentre en nuestro hogar.
Me regocijaré grandemente en Jehová, mi alma estará gozosa en mi Dios, porque me ha vestido con vestiduras de salvación, me ha cubierto con la túnica de santidad. Amén.
MARTIN LUTERO
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